31 de Mayo de 1970: A las 3: 23 p.m. un violento sismo,
sacudió el Monte Huascarán, provocando el desprendimiento de gigantescas
cornisas de hielo que cayeron inicialmente en ángulo de 70 a 80 grados hacia
lagunas glaciares causando un aluvión de 50 a 100 millones de m3 de masa
morrénica lo que ocasionó la muerte de 22,000 Yungainos, borrando del mapa, la
Ciudad capital de Yungay, sus distritos y barrios tales como Hongo, Aira,
Armapampa, Nuevo Shacsha, Nuevo Ranrahirca, Huarascucho, Chuquibamba, Caya,
Utcush y Tullpa. Toda la avalancha viajo a través de 16 Km. bajando
verticalmente entre 3,000 a 4,100 mts con una velocidad promedio de 280 Km. por
hora.
Aquel terrible día, el Científico Ing. Mateo Casaverde acompañado del geofísico
francés G. Patzelt y su esposa se encontraban en Yungay, describiendo la
catástrofe como sigue:
“Nos dirigíamos de Yungay a Caraz,
cuando a la altura del cementerio de Yungay se inicio el terremoto. ...Se podía
advertir con mucha claridad la componente vertical de las ondas sísmicas,
produciendo ligeramente grietas sobre el asfalto de la carretera. ...
Abandonamos nuestro vehículo prácticamente cuando el terremoto estaba
terminado. Escuchamos un ruido de baja frecuencia, algo distinto, aunque no muy
diferente, del ruido producido por un terremoto. El ruido procedía de la
dirección del Huascarán y observamos entre Yungay y el nevado, una nube gigante
de polvo, casi color arcilla. Se había producido el aluvión; parte del Huascarán
Norte se venia abajo. Eran aproximadamente las 15:24 horas.
En la vecindad
donde nos encontrábamos, el ultimo lugar que nos ofrecía una relativa seguridad
contra la avalancha era el cementerio, construido sobre una colina artificial,
una huaca pre-incaica. Corrimos unos 100 mts de carretera antes de ingresar al
cementerio, que también había sufrido los efectos del terremoto. Ya en éste,
atiné a voltear la vista a Yungay. En ese momento; se podía observar claramente
una onda gigantesca de lodo gris claro, de unos 60 metros de alto, que empezaba
a romperse en cresta y con ligera inclinación e iba a golpear el costado
izquierdo de la ciudad. Esta ola no tenía polvo. En nuestra carrera sobre las
escalinatas, logramos alcanzar la tercera terraza y encontramos la vía a la
tercera terraza, más obstruida, y con un hombre, una mujer y tres niños
tratando de alcanzarla. Nos desviamos a la derecha, sobre la tercera terraza,
cuando un golpe seco de látigo, una porción de la avalancha alcanzo el
cementerio en su parte frontal, prácticamente a nivel de la tercera terraza. El
lodo pasó a unos cinco metros de nuestros pies. Se oscureció el cielo por la
gran cantidad de polvo, posiblemente originado de las casas destruidas de
Yungay. Volteamos la mirada: Yungay con sus varios miles de habitantes había
desaparecido”.
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